Mi compromiso con la equidad surge de una comprensión profunda de que los desafíos en salud que enfrentamos no solo son médicos, sino también sociales. La inequidad, con raíces en diferencias económicas, sociales y geográficas, moldea la salud de comunidades enteras, y abordarla es fundamental para cualquier profesional de la salud que aspire a tener un impacto significativo.
En mi trabajo y a lo largo de mi vida personal y familiar he observado cómo la falta de equidad origina problemas tangibles, como la inseguridad ciudadana y el acceso limitado a servicios de salud esenciales. Estos problemas no solo perpetúan ciclos de pobreza y enfermedad, sino que también amenazan la cohesión social y el progreso.
La inequidad en salud, particularmente, tiene efectos dominó, exacerbando la vulnerabilidad de muchas comunidades, en especial las más empobrecidas, a brotes de enfermedades infecciosas, como la tuberculosis, o el dengue o a una mayor incidencia de enfermedades crónicas como la diabetes o hipertensión, que constituyen una de las principales causas de muerte a nivel mundial.
Entonces, ¿qué es la equidad para mí? Pues, significa ir más allá de la igualdad superficial. Significa esforzarnos para nivelar el campo de juego, reconociendo y atendiendo las necesidades específicas de cada comunidad para afrontar así los desafíos, con herramientas igualmente efectivas para todos y todas. En este contexto, mi papel como médica, investigadora y especialista en Salud Pública es doble: proporcionar atención directa a las poblaciones basadas en sus necesidades específicas, pues las necesidades de una familia de un área rural no son las mismas que las de una familia que vive en la capital, y abogar por políticas y prácticas que promuevan una distribución más justa de los recursos de salud.
Desde el terreno, en proyectos como "Mamás del Río", he aprendido que la equidad en salud también significa educación, acceso a la información y empoderamiento de las comunidades para que tomen decisiones informadas y puedan realizar acciones que mejoren su bienestar. Estas experiencias refuerzan mi creencia de que los profesionales de la salud debemos mirar más allá de los síntomas y enfermedades, hacia las condiciones sociales que los influyen.
La equidad en salud es, en última instancia, una cuestión de justicia social. Es reconocer que cada persona merece la oportunidad de vivir una vida saludable, independientemente de su origen, lugar de nacimiento o circunstancias de vida. Como médica, investigadora y salubrista, me veo a mí misma trabajando para darle poder a las comunidades en situaciones de vulnerabilidad con las herramientas y recursos que necesitan para alcanzar una mejor salud y facilitando el diálogo entre ellas y el sistema de salud.
Es necesario que nosotros, reconozcamos y actuemos sobre las desigualdades que enfrentamos, no importa tu área de trabajo o profesión, comprométete con acciones concretas que promuevan la equidad. Este desafío, aunque grande, es compartido, y juntos podemos hacer de la equidad en salud una realidad para todos y todas. Es hora de actuar colectivamente para construir un futuro más justo y saludable.
¡La salud es un derecho, no un privilegio!
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